Un hombre ciego ha muerto



He visto en las noticias que fue encontrado muerto un hombre ciego, lo consumieron las llamas cuando ardió en la soledad de su casa. Su cuerpo ennegrecido fue encontrado en su cama aún con las cobijas sobre el pecho. Ni siquiera había intentado escapar. 
¿No seremos también nosotros hombres solos que mueren en la oscuridad sin haber intentado nunca salir de nuestras casas? ¿No será que siempre vivimos un sueño sonámbulo en la irrefrenable concatenación de los actos y que morir es saber que, ya sí, nunca despertaremos? Ojalá encontrara quien pudiera asegurarme que ha estado despierto todos los días de su vida.
Haciendo algunas reflexiones he calculado que nuestra vida una tercera parte la vivimos dormidos y que al cumplir sesenta años habremos pasado dos décadas durmiendo. Si a ello agregamos el tiempo que perdemos en satisfacer nuestras necesidades y las horas que debemos arrendar para lograr nuestro sustento, me pregunto: ¿cuanto tiempo vivimos realmente?
No puedo creer que la vida sea aquello que transcurre mientras pensamos en otras cosas, ni puedo saber si estar despierto es encarnar el sueño fugaz de un Endimión omnipotente. No puedo imaginar tampoco que haya del otro lado algo diferente a este sueño constante y ni siquiera que en alguna morada exista quietud para las almas. Mas no queda recinto en mí que no quiera traicionar toda cavilación de oniromante y abrir de par a par los ventanales para recibir al arrullo de la imaginación y la vida.

–Oscuro Hermes, ¡olvida mis perjuros y redímeme de tu cifrada magia!... Sigiloso Morfeo, ¡abandona mi morada y tu intrincada labor nocturna! Ya no quiero este lento manto de agua espesa, este consuelo de dulces espejismos. Preferiría morir por cualquier excusa vanagloriable que seguir en este encierro de obnubilación y velos donde todo el terror y la locura transcurren indiferentemente, como visiones especulares para observadores impávidos ante su propia desgracia, esclavitud o fracaso.

Dudo demasiado, pero algo sé: yo no seré el cómodo espectador de mi infelicidad. ¡Cuánto daría por llevar hasta lo eterno mis instantes de lucidez!, por hacer del mero momento de gozo una forma consolidada del ánimo. Sí que he sabido lo que significa el placer y su fugaz entrevero, pero cuanta más alta era su belleza y poder, más pesada ha sido mi caída.
No sé cuantas veces he llorado de emoción ante la dichosa experiencia de un acto de sabiduría, bondad o placer, pero tampoco he podido evitar las lágrimas al darme cuenta que algo muy preciado para mí se iba irremediablemente. Así, toda la fortuna que podía estar abrazando durante la gloria de esos momentos se me escurría como agua entre las manos y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo. No podemos aferrarnos al tiempo, es sólo una manera invisible del engaño.
A veces pienso que somos como ganado que va al matadero, en los enormes camiones jaula de lo cotidiano. Toda nuestra belleza, toda nuestra magia, arreada día a día, por ese gran ganadero que es la vulgaridad. Pasamos los años como testigos silenciosos de nuestra propia decadencia y nos contentamos con alimentar nuestra grasa, para poder aguantar un nuevo invierno. Nos enorgullecemos de mantenernos con pie, de nunca caer, de nunca arriesgarnos. Pastamos por la pradera que nos haya tocado, buscando los mejores pastos, las aguas más limpias, los cielos más tranquilos, esperando, simplemente esperando, que vengan a buscarnos.

Yo ya no quiero ser un animal perdido, un simple sobreviviente que transcurre sus días en el plácido sueño de las vidas sin sentido, sin final último. Ya no quiero el corrupto adormecimiento de un mundo que enseña que el primer precepto es sobrevivir, sobrevivir como sea, sobrevivir siempre, aunque nos cueste la vida… ¡No!, yo no quiero eso, yo quiero la vida, ¡la vida verdadera!
Yo quiero el sueño sin dios de los que añoran despertar, tomar total conciencia de la realidad y del mundo, abandonar el adormecimiento de los entretenimientos que obnubilan con sus tretas nuestros sentidos y sacarle a la tierra su jugo más preciado. Quiero ser un sabio incontenible que sepa hacer miles de preguntas antes que saber de memoria todas las respuestas. Quiero ser un pensador cuyas dudas no se detengan ante los límites impuestos al pensamiento. Quiero ser un amante que no crea pecar cuando su pasión viola los preceptos del cuerpo. Quiero ser el dueño verdadero de mi tiempo, para decidir en qué cosas no vale la pena perderlo
Mi vida no será una farsa de sobreviviente: voy a odiar con toda mi fuerza aquello que odio y amar con toda el alma cada cosa que amo. Yo no quiero dormir el sueño efímero de la muerte lenta que sobreviene con la suavidad con la que el ocaso prosigue al día. Soñaré un gran sueño que culmine con la violenta muerte de una vida que haya valido la pena vivirse.

–No importa el precio que pagará mi espíritu y mi cuerpo. No importa el sufrimiento vano de tantos desdichados. No importa el pecado y la destrucción, el olvido y la debilidad. No importa el horror, la fealdad, la miseria y la corrupción del hastío. Nada podrá hacerme negar que es hermosa la sola existencia y que en verdad hay cosas en esta vida por las que vale la pena la muerte



Rodrigo Conde

Comentarios

  1. Anónimo3/3/09

    me encanta leer algo tuyo cuando necesito fuerzas.marta

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