Caballos ciegos



Si no le hubiera prometido hace mucho tiempo a una mujer que después de ella nunca más escribiría una poesía, estaría escribiendo una ahora mismo. Las poesías son algo delicado y filoso, como alfileres bajo las uñas, como una aguja en un pajar, como una gota de saliva que cae entre las piernas. Las poesías deberían ser escritas sólo por amor, o solo por pasión, o sólo por desengaño. Ahora mismo no sé si escribo esto para esa mujer por la que prometí abandonar la poesía o por otra mujer por quien rompería esa promesa. No sé si ya aprendí a vivir sin ella o si quiero acostumbrarme a vivir buscándola, no sé si la necesito o sólo busco necesitarla.

“Realmente no sé lo que guarda, lo que tiene o adonde me lleva este corazón, es como un caballo ciego que anda siempre desbocado, yo no miro hacia adelante, solo me agarro con fuerza de sus crines y no me quiero caer”. 

Es verdad que cuando vivimos equivocándonos el error pasa a ser una forma de vida. En el fondo nos equivocamos porque queremos, por el deseo. Pero también nos equivocamos por la ilusión. El autoengaño es una de las formas más sofisticadas del arte y el elixir de la pasión. Queremos amar, con cuerpo y alma, queremos amar como en una novela, como en una canción, como en las leyendas antiguas, como en los relatos de tribus recónditas… pero no toleramos la pura mitología, todos queremos ponerle sangre y semen a esa ficción. Así es como el autoengaño entra a nuestra baraja, como un comodín para nuestros deseos, como el alcohol de los tímidos que quieren conquistar a la niña bonita, como la abuela que te jura que eres hermoso, como el dentista que te dice “no va a dolerte” antes de arrancarte de cuajo uno o dos dientes. 
Necesitamos creernos las mentiras, porque en un mundo de pura verdades la realidad sería insoportable. No sólo no aguantaríamos las verdades de los otros, sino que no soportaríamos mirarnos en el espejo después de escupir las nuestras. Nadie es tan cruel ni tan nihilista como para aguantar un mundo de pura realidad y verdades (nadie es tan nietzscheano). Nos gusta y nos reconforta la idea de pensar que estamos haciendo lo correcto, que hay una unión sincera entre nuestra mente, nuestro corazón y nuestro cuerpo.

“Somos muchos los que elegimos cabalgar caballos ciegos esperando que ellos sepan llevarnos a destino. No es que seamos tontos, es que preferimos que el caballo se equivoque por nosotros”.

Por mi parte, he desarrollado una forma de estupidez curiosa: creo ser una persona inteligente, analítica, reflexiva… sin embargo, cuando alguien me dice algo, no importa lo descabellado que sea, durante unos segundos le creo, le creo de verdad. Tengo la capacidad de anular por un momento mi racionalidad buscando una empatía con mi interlocutor, buscando compartir su cuento y festejar juntos su alegría. Así ocurre que quedo como un idiota ante los trucos de los prestidigitadores más baratos: mis pupilas se dilatan y se cae levemente mi mandíbula, quedo maravillado por unos instantes ante los trucos más simples, mientras los niños alrededor miran con descrédito. 
Cuando el engaño de la magia pasa, yo me quedo casi triste de que el acto haya terminado y sea tan banal el artificio. Me avergüenza un poco lo fácil que es hacerme caer, pero yo lamento más lo poco que ha durado mi ilusión. Quisiera encontrar un prestidigitador tan maravilloso que sea capaz de hacer trucos reales, sin galeras, ni telas, ni mesas de doble fondo. Quisiera creer una mentira y hacer que sea haga realidad, sólo por mi fe.

“Sé que me subo a un caballo ciego cuando tomo tu mano y me dejo arrastrar cuesta abajo. Sé que ambos nos romperemos la cabeza cuando el camino acabe, pero no me importa, no te elijo por lo que eres realmente, sino por la ilusión que me das”.

Quizá nunca vuelva a escribir poesías y no tenga que faltar a la promesa que te hice, mujer. Pero seguramente sí que tendrás que ver mis fotos con alguna nueva herida o con un par de huesos rotos, reventado por los golpes de alguna niña. Porque si algo aprendí después de tantas veces que me rompí la cabeza, es que es verdad que el suelo es duro, pero que deliciosa es la sensación de estar en el aire, justo antes de la caída. 
No quiero vivir en una mentira, no quiero ser autoengañado por trucos cada vez más bajos. Quiero que sea verdad que hay ancianas que sueñan con que mueren y al otro día se mueren de verdad. Quiero que se cumplan los presagios de las gitanas. Quiero saber que no todos los sueños son ilusiones. Quiero que en el mundo haya justicia y que yo sea castigado por todos mis agravios. Quiero que cada uno tenga lo que merece, no pido más que eso: que mis mentiras no queden sin castigo y que tengan retribución mis verdades. 


- Me desperté a mitad de la noche porque tuve algo así como un sueño dentro de un sueño: soñé que tú estabas soñando conmigo...
- Quieres que te sueñe?
- Quiero darte razones para soñar.






Rodrigo Conde

Comentarios

  1. Anónimo4/7/11

    He de decir, que me encanta! Sin duda para mi.. tu mejor escritura.

    -Andreiita =)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares