Ecos



Los días son un resonar de extraños ecos, de convulsa monotonía mutando constantemente, haciendo que cada imagen se parezca a una anterior que no le pertenece. Hay vértigo y duda en el atropello, nunca alguna lucidez o estancamiento. Es el simple correr de los segundos y las sombras en la concatenación de los sonidos tanto de cosas como de hombres. Todo corre, se pierde frente a la mirada que es guerrera, bárbara incalma, y las figuras relucen entre dos espejos: Siluetas de mujeres que no quiere tragarse el infierno para mí quedan, entonces, por puro eco del tormento.

Tengo sueños, a veces, con los cuadros banales de esas rutinas en los que se ve a gente que desconozco moviéndose a mi lado. No aparecen siluetas que afecten mi simiente, nada importante se vislumbra en esos oráculos triviales. Son escenas, pinturas fugaces de días olvidables.

Sin embargo, hay halo en esos sueños, ligera dislexia que los convierte en un extraño deíctico del tiempo, algo, como una catáfora o un viento que impide la dulzura del olvido. De esa forma encuentro que sueño algún detallado y específico suceso que por su insignificante monta no subsiste cuando estoy despierto y así parece diluirse en la repetición del desvelo dejándome apenas la estela, la bruma de su existencia, volviéndoseme una terca huella que nada dice pero no se borra. No es que los interprete o termine por recordarlos, es más bien que nunca desaparecen definitivamente y en el caos de la conciencia y lo invariado subsisten como el eco de un diminuto sonido sin origen.

Parecería que nunca se alcanza nada y que no hay proa en estas gramáticas o que no hay más que elipsis en el continuum de los ciclos.

Eso podría ser cierto y seguir siéndolo a pesar de esto...
El último eco que asaltó este recinto de enredadas sábanas era una calle, veredas, figuras perdidas, era frases, risas, cosas que podría repetir si quisiera, luego un desconcierto, una tela azul, rasguños como de escarcha y finalmente unas piernas, lo único conciso en esa estéril estepa: longilíneas, de blanda leche, casi gitanas, casi perfectas...
Me persiguió durante meses esta sola última huella junto con las caras sin rostro, el escenario y unas cuantas frases que deberían ser del olvido. Con el tiempo fue haciéndose cada vez menos y solo quedaron voces, la futilidad sin cuerpo, un escenario y algún color procediendo al viento.
Ayer, no sé si despertando o a punto de quedar dormido, sentí, perdido en la nebulosa de adivinaciones y onirogramas, una tenue sombra cromática y la brisa que deja el movimiento.

Durante esta jornada, finalmente, el ocaso trajo consigo el desvelo, el despertar definitivo del eco y como si lógicamente todo se resolviera pude vivir en carne y tonalidades concretas aquellas piernas balanceándose en una falda azul con las telas rasgándose al compás, en hilos de escarcha deshecha y las mismas palabras que alguien pronunciara sin que tuvieran ni le diera la menor importancia. Mis ojos eran atraídos por esa figura y toda la escena reanimaba ante mi memoria obligándome a seguirla y no dejar que escapara...

Así, bajo la prometedora sombra del ocaso, la inquirí, desprendiéndome de la futilidad que me rodeaba, acercándome con el aplomo de un lento nubarro como guiado por un infalible hilo dedálico. Frente a ella, pronunciándome con un completo gobierno del lenguaje, repetí cada palabra que el recuerdo del sueño me dictaba. Finalmente, todo tuvo sentido cuando tras unas perturbadoras piernas gitanas el rostro de una desconocida se me volvió íntimo en el bárbaro encuentro de nuestras miradas que se hicieron una: primigenias, antes de cualquier historia o sueño, como si realmente eso ya hubiese acontecido y todo fuera un reencuentro sin el miedo de lo ajeno.
Fuimos encarnándonos en el extraño halo de reconocernos y no fue incauto admitir que ya conocíamos nuestros cuerpos. Quizá pronto ella me confiese que también y desde hace tiempo la estaba atormentando algún extraño sueño. Quizá tenga algún ciego jinete el azar del tiempo y los sonidos no sólo se sucedan uno tras otro en el fluir del silencio...




Rodrigo Conde

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