La luz del amanecer



Anoche me acosté muy tarde. A las pocas horas me despertó el sol de la mañana, porque había dejado las cortinas abiertas. Abrí levemente los ojos y miré en la habitación, luego me puse la sábana en la cabeza y seguí durmiendo. Un poco después sentí algo muy pesado sobre mi espalda. Giré levemente el cuello y, con los ojos entreabiertos, pude ver un león enorme sobre mi cama. Estaba muy tranquilo, acicalándose, pausadamente. Tuve miedo, metí la cabeza en la almohada y me quedé quieto, muy quieto. Un instante después sentí que el león acercaba su cabeza a la mía, frotándose sobre mi pelo. Miré y me di cuenta que el león quería jugar conmigo, como si se tratara de un gran gato. Estiré -entonces- el brazo y hundí la mano en su melena, acariciándole el cuello. El león inclinaba la cabeza y ponía su pata sobre mi brazo. Lo sentí contento, era como si estuviera jugando con una mascota. 
Luego de un rato me detuve y le señalé el fondo de la cama. El león se levantó, dio la vuelta y se recostó sobre mis pies. Era un león enorme, joven, pero con una gran melena amarronada y un pelaje amarillo. Vi como se quedaba quieto en el fondo de mi cama y luego me dormí.
Me desperté unas horas después y el león no estaba. La habitación tenía la misma luz del amanecer que la iluminaba cuando estaba el león, las cosas en el cuarto se veían exactamente igual. Tuve una sensación de ligereza en mis piernas, aliviadas de no sentir ya el peso del animal.

He leído que hay fuerzas espirituales velando por nosotros, observando como vivimos y protegiéndonos cuando lo creen necesario. Creo que el león fue una señal, una forma de decirme que no importa con que tenga que enfrentarme cuando llegue la oscuridad, ellos siempre estarán para protegerme.






Rodrigo Conde

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