El omnisciente
Puedo pasar horas escarbando en mi boca, pensando en dilemas, en teoremas irresolubles, relamiendo mis dedos, jugueteando con la lengua y estar así, sin darme cuenta que el tiempo transcurre gratuitamente entre un sufrimiento u otro, una risa o cualquier otra cosa.
Hay una forma del hastío que precede a la muerte y que se gesta en las mismas maneras de los vivos.
Puedo sentir el ombligo, los brazos, el perineo, el entrecejo, el pelo enredándose en la mano, los dientes creciendo, las piernas entumecidas, así moviéndose, y aún no tener la conciencia total del cuerpo ni saber que soy o a qué pertenezco.
Puedo pensar el mundo que no tengo y analizar sus partes y movimientos con la facilidad con la que se hilvana las figuras y los objetos y se descubren las variables y las constantes.
Hay un hastío devorando mis latidos, dándoles eco hasta ocultarlos tras su sombra y enmohecimiento.
Consumo mis minutos indiferentemente, paciente, dejándolos escapar como si fueran los frutos maduros de un próspero árbol. Y los regalo desparramándolos entre la maleza, sin que nadie los tome o los vea, más que el regocijo de los gusanos. Pienso sobre todo aquello que debo hacer y que puedo lograr, confeccionando listas y nóminas nuevas, una y otra vez, en el juego cada vez más perfeccionista de una ciencia de inventarios. Elaboro mentalmente los versos de un libro de poesías y cada día los escribo en mis recuerdos uno tras otro, corrigiéndolos incansablemente hasta lo indefectible. Gasto todas mis fuerzas y energías en estas construcciones para lograr erigir las metáforas perfectas. Cuando lo hago ya he olvidado las anteriores y así nunca llego a terminar ni una sola poesía y sólo tengo una brillante colección de diamantes sin forma.
Pierdo lo que soy en estos movimientos del puro sustantivo, del simple pensamiento, convirtiendome así en un espectador de mi tiempo. Todo transcurre a mí alrededor ante mi inacción y las causas chocan conmigo igual que una consecuencia más, como una pared que devuelve el eco ante la potencia de la voz…
Soy el que piensa, el que medita, el que sueña, el que observa y así, en ese acto de no ser, sé lo que soy: Soy el voyeur, el omnisciente… el que está aquí ajeno a lo que es, fue o será. Soy el voyeur, el omnisciente… el que sólo esta aquí como observador impávido de un mundo al que nunca pertenecerá.
Existo realmente?, quedará una huella para que alguien diga 'aquí vivió él, el que todo lo ve', habrá algo que le permita al tiempo recordar mi existencia? o se devorará mis sufrimientos, mis alegrías y todas mis ilusiones del mismo modo que un cerrar de ojos borra una mirada?
Estaré viviendo en verdad?, o mi vida consiste en ser el observador que le da a los otros un testigo para que puedan decir 'sí, es verdad, existo, existo porque él me ha visto'?
Soy el voyeur, el omnisciente… el que esta ahí, a través de lo actos y los capítulos del tiempo en este gran relato que es estar conciente del pensamiento.Pareciera que esta historia es mía, pero yo no la he escrito y tampoco he de vivirla. Pareciera que soy carne y un cuerpo pero cuando la inacción se apodere de mi huesos no habrá nada que pueda afirmar que hubo alguna vez vida en ellos.
Oh, tengo miedo, tengo tanto miedo… sé que solo existo como voyeur, como observador. Por eso temo que si cierro los ojos por mucho tiempo no sólo se acabe mi existencia, sino que también desaparezcan estas letras y la posibilidad de que alguna vez las haya escrito.
Rodrigo Conde
Comentarios
Publicar un comentario