Lleno de maldad


Si encontrara la forma de escribir todo lo que voy sintiendo, hormigas de fuego andarían por mis venas transportando granos de lava desde el corazón a la cabeza, mi piel sería como el carbón de una caldera, envolviendo en llamas todo lo que tocara, mi habitación se incendiaría y mi casa se volvería un aquelarre que tú podrías ver como una mancha lejana, de fuego.
Supongo que finalmente así habría hallado el modo de expresar todo lo que siento.

Vivimos reflexionando constantemente sobre lo que sentimos, poniéndole palabras a cada sensación o sentimiento, como catalogando los pulsos del corazón. Sin embargo, las únicas cosas realmente interesantes de oír son aquellas que no pueden ser definidas, que no pueden ser contadas. Tener una palabra para expresar lo que sentimos es controlar eso que sentimos, porque el hecho de que podamos definir un sentimiento implica que "controlamos ese sentimiento". Somos una fábrica de emociones que trabaja sin parar generando sensaciones y afectos que se meten en una caja, se embalan y luego se etiquetan -bajo la rúbrica de las palabras- para entregarlas a quien quiera comprarlas. Del mismo modo funcionan las tiendas de cueros, vendiendo la piel de animales muertos. Eso son las palabras: las cáscaras secas de esas cosas verdes, salvajes, que son los sentimientos.

“Me lleno de maldad cuando me doy cuenta que mis palabras no hacen que caigas a mis pies”.

Todo el tiempo nos decimos a nosotros mismos que tenemos que “ser  buenos” y “obrar con bondad”… no sé, pero eso me parece tan absurdo como la idea de un lobo diciendo que no debe comerse un alce herido. El lobo mata sin dudar, porque es un depredador, del mismo modo que un hombre bueno hace el bien porque está lleno de bondad. No se pone a pensar “voy a hacer el bien”, lo hace espontáneamente, el bien emana de él con la misma naturalidad que la leche.
Si tenemos que ponernos a pensar en actuar con bondad eso quiere decir que el bien no surge en nosotros naturalmente, sólo surge forzando nuestros actos o reprimiendo nuestros deseos. Las palabras funcionan aquí también como cáscaras: bonitos envoltorios delicadamente embalados y listos para agradar a los demás, pero que sólo son cajas de regalos vacías. No hay nada de nosotros ahí, más que la desesperación por agradar a los que nos rodean o satisfacer voces inconscientes que nos fustigan diciendo “debes ser bueno, debes obrar con bondad”…
Yo hace tiempo que dejé de luchar con la dicotomía del bien y el mal, ya no busco conciliar mis contradicciones y sólo soy el verbo que surge en cada momento. Conozco mis debilidades y fortalezas y sé en qué circunstancias pueden surgir y que pueden provocar, como sé lo que ocurre cuando se agita la nitroglicerina. No creo que yo sea muy diferente a los demás, todos reaccionamos ante ciertas cosas que nos afectan. No lo podemos controlar, no lo podemos detener, como el tiburón no puede frenar la excitación que le produce la sangre. Pero el hecho de encontrarnos ante lo incontrolable nos indica que se trata de algo auténtico, verdadero. 
Realizar un acto de bondad por obligación es sólo una pantomima, incluso una absoluta farsa. En cambio, reaccionar incontrolablemente ante algo que nos enloquece es obrar una verdad, es un acto puro, para bien o para mal.

“Me lleno de maldad cuando me doy cuenta que no puedo detener lo que generas en mí. Entras a mi sangre como un veneno, sudo, tiemblo y tengo convulsiones que no puedo controlar”.

Vivimos controlando nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros impulsos, y actuamos tratando de parecer personas buenas y razonables. Nos acostumbramos tanto a ese autocontrol, a esa farsa, que terminamos olvidando quienes somos realmente, mientras nuestra fábrica sigue vendiendo palabras muertas, envueltas en encantadores paquetes. Pero por suerte -casi todas las veces- nuestro animal sigue ahí dentro, escondido, pero vivo. Quizá se mueva inquieto de un lado a otro, en una jaula pequeña, quizá esté herido o sólo muy aburrido de estar siempre encerrado, pero nuestro animal está ahí, listo para liberar toda su fuerza, su belleza, su crueldad y su verdad.

“Me lleno de maldad cuando pienso en los hombres que te desean, que te aman, y disfruto de verdad pensando en lo que sufren al saber que estás entre mis brazos. Me gustaría que se acercaran siquiera un poco a ti, intentando seducirte, para poder mostrarles lo que puede hacer un hombre lleno de maldad”.

Nunca he sido bueno, pero durante mucho tiempo me atormentó la culpa de esa carencia. Andaba entre la gente como si tuviera las manos sucias, escondiéndolas mientras hablaba para que no se dieran cuenta. Ahora sé que nunca seré bueno, pero ya no me importa, ya no. Lo que busco es alguien a quien le guste mi mal y que encuentre placer en mi animal. Lo que busco, en realidad, es alguien que haga como yo: que ame las espinas de las rosas, si puede amar las espinas adorará para siempre la rosa.

“Yo he visto tu animal, me saltó a la cara y me devoró la boca mientras me asfixiaba con sus garras. Tu animal es hermoso, tiene un pelaje negro que brilla cuando está caliente, las uñas se le despliegan como puntas eréctiles y la espalda se arquea mientras se acerca sigilosamente entre las sábanas. Tu animal es impulsivo, lanza cada movimiento en forma recta y súbita, alcanzando lo que quiere directamente. Es tan dulce y autoritario, que uno no puede más que complacer cada uno de sus mandatos como si los pidiera una niñita de tres años entre llantos. Tu animal no es una hembra, porque exige como los hacen los machos: sin detenerse hasta estar completamente satisfecho, no se contenta con complacer -como hacen las mujeres- sino que busca saciar sus propios deseos. Otros hombres se podrían asustar de este animal que tú tienes, pero yo disfruto tanto de sus brutalidades que no me importa entregarme a cualquiera de sus caprichos. Así es como he aprendido a complacer sus deseos más perversos haciendo que lo que en un principio parecía dolor se transformara en un exquisito placer para los dos”.

“También conozco tu mal -pequeña- es puro, hermoso y sumamente peligroso. Lo adoro, juro que lo adoro”...





Rodrigo Conde

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