Soy el culpable
Muchas veces en mi vida me han pasado cosas malas. He tenido que soportar lo que yo llamo "mala suerte", aunque la verdad es que no creo en la suerte, creo en el destino y en la energía. Cuando recibo esos "golpes del azar" lo que pienso es que, o hay algún tipo de energía jugándome en contra o es una lección del destino que tengo que superar.
Nos movemos en un mundo físico condicionado constantemente por la energía espiritual de las personas a nuestro alrededor. Todos emitimos diferentes cargas energéticas, positivas y negativas, que influyen inevitablemente en los demás. Pero, además, con el poder de nuestros deseos conscientes podemos afectar directamente a otros, tanto para bien como para mal. Por eso, cuando me pasan esas cosas malas pienso que puede haber alguien que me está atacando con su energía negativa. Muchas veces hago conjeturas en torno a eso, buscando enemigos invisibles, pero finalmente he comprendido que pierdo el tiempo con esos acertijos mentales.
De tantas veces que me equivoco, poco a poco voy entendiendo como son las cosas: en el fondo no importa que haya energías negativas jugando en mi contra, no importa el mal que pueda desearme otra persona. La energía, buena o mala, está ahí, en torno nuestro, tocándonos constantemente, tan real como el aire. Es imposible conseguir que siempre haya energía positiva en torno nuestro, es imposible respirar siempre aire puro. Así es como finalmente comprendo que la única forma de tener energía positiva es generándola yo mismo: soy una gran usina energética y depende de mí hacer que sea positiva. Entonces, si algo malo ocurre en mi vida, yo soy el responsable, porque dejé que la energía negativa del exterior supere mi propia energía positiva o porque, de alguna manera, fui yo mismo el que generó esa energía negativa que terminó haciéndome daño.
Si creo que las cosas malas me ocurren porque se trata de una lección del destino, mi reflexión no es muy distinta. El destino existe, cada hombre tiene uno, no es inexorable, pero determina un cierto curso, una dirección que va a tener su vida. El destino es nuestro propósito, la razón de ser de nuestra vida, lo que hace que tengamos que cumplir ciertas metas y superar ciertas pruebas. El destino se va creando paso a paso, pero una vez que se hicieron ciertos pasos se hace cada vez más difícil volver atrás. Es como el cauce de un río cuando va naciendo: El relieve y el entorno van definiendo las opciones que tiene el agua para encontrar su camino. Por algunas particularidades, que escapan a la comprensión de cada persona, el río hace un giro para un lado o para el otro.
A veces creemos que hay simple azar en nuestra vida, pero todo es causalidad, lo que sucede es que muchas de las causas se generaron más allá de donde alcanza nuestra mirada. Creemos que el lugar donde nació nuestro río es azaroso, arbitrario, pero nuestro río comenzó ahí por alguna razón, una razón que no comprendemos porque no se gestó en esta vida, sino que es parte de un recorrido mucho más antiguo.
De esta manera, interpreto que si ocurre algo malo es porque el destino me puso una lección que debo aprender, algo que antes no superé y que debo superar ahora para poder avanzar. Cuando me ocurre algo malo, aunque no haya una explicación racional, en realidad es porque en algún momento fallé y tengo que afrontar las consecuencias, lo que me convierte en el verdadero principal responsable de lo que me sucede. Ese eterno retorno de lo mismo, esa ley del karma, sólo dejará de repetirse cuando supere la lección que me toca enfrentar en este destino que, paso a paso, voy creando.
Así es como entiendo que de una forma u otra, yo soy el culpable de todo lo que me pasa. No existe azar, todo es causa y consecuencia. Todo lo que hacemos vuelve, tarde o temprano.
Saber que soy el culpable me mortifica, porque no logro superar ciertos desafíos que se me presentan, aunque pase por las pruebas una y otra vez. Me siento como un idiota que reprueba siempre el mismo examen, aunque tenga las mismas preguntas. Pero saber que soy el culpable también me alivia, porque eso implica que depende solamente de mí que las cosas salgan bien.
No existe un centro del mal que genera nuestros tormentos, no existen figuras maléficas que nos persiguen, no existen los hombres malos, ni siquiera la maldad, todo es acierto o error, creación o destrucción. Tampoco existe un dios que todo lo ve y que da o quita según dicte su capricho. Existe la divinidad, que es la perfección y la nada, donde ya no hay consciencia y la unión con el absoluto es completa, el fin del camino. Existen numerosos planos y entidades espirituales, pero la ley rige sobre ellos. La ley está sobre todas las cosas. La ley de causa y consecuencia.
Todo depende de nosotros...
ResponderEliminare. kenneth
Me gusta pensar de esta manera que las cosas que nos pasan son consecuencias de un comportamiento autónomo personal, es decir; que cada quien es arquitecto de la continuidad de su propia vida, muchas gracias por el artículo. SALUDOS!