Anti oscuridad



Sentiste alguna vez la oscuridad más profunda en tu habitación? Abres más y más los ojos intentando escapar, pero lo negro te inunda por completo y de tanto que has abierto los ojos se te mete por las cuencas, te llega adentro y sientes el terror del espacio, sin límites, sin saber si tienes cuerpo o ya es parte de la oscuridad que todo lo ocupa. Y en ese momento ves como brillan granos de arena esparcidos por aquí y por allá, sin ton ni son, pero incesantes en su débil brillo, que no muestran nada más que su propio brillo, porque no hay luz que refractar. Cuerpitos perdidos en la negritud, que te van mostrando lo interminable del espacio, miles de kilómetros que se alargan a cientos de miles hacia tu derecha, cientos de miles a la izquierda y luego cientos de miles hacia abajo y hacia arriba. Así es como empiezas a darte cuenta que tú también eres un granito de arena brillando en la negritud absoluta de la oscuridad y que si nada te ilumina es tu propio fuego el que genera la luz, es tu propio interior, incandescente, el que rompe la noche, hace trizas el vacío y llena de caos la perfecta apacibilidad de la nada. Es el caos el que busca salir de ti y manchar con luz el espacio de paz, no lo puedes contener, tira de ti hacia fuera, buscando expandirse, tratando de alimentar ese fuego voraz que siempre está pidiendo más, más caos y menos oscuridad, más luz y menos paz. Radiante e incontrolable crece la luz, crepitando bajo una llama que consume el vacío que no puede frenarlo, nada frena el crecimiento de tu luz, haciendo desaparecer lo negro que se interpone entre una llama y otra, porque el fuego es tal que van acercándose peligrosamente, con los manotazos de las llamaradas hambrientas. Cuando logras tocar otro fuego el instante es el dolor de lo que brama, de lo que arde, pero la luz es tan incandescente que quema las ojos, si es que hubiera algún espectador ahí como para poder quemarse los ojos y entender el placer que significa el encuentro entre dos fuegos que se unen y confunden en un mismo fuego, una misma luz que se retroalimenta y crece con más desesperación aún, con más llama. La noche queda reducida a escombros ante la imponencia de la luz, que va conquistando el espacio como si fuera un telón negro que se va prendiendo fuego. Por más inmenso que sea el telón, poco a poco el fuego va llegando a todos los rincones. Ya no hay quietud, ya no hay oscuridad, ya no hay perfecta paz, todo se mueve, arde y porque arde, está vivo.

En esta pequeña habitación que es el mundo, en este cuadrante milimétrico del universo, cada uno de nosotros es la negación del vacío, es la contra oscuridad, es la anti perfección. Porque la paz es la quietud, porque la perfección es el vacío, nosotros que nos movemos, nosotros que ardemos, reproducimos el caos y propagamos el error. Ahí esta la luz que nos sale de adentro, la que quiere llenar el espacio con mortalidad. Así de salvaje, incontrolable y ardiente es la vida.



Rodrigo Conde




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